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Exposición
del caso:
Al
grupo de amigas de Isabel —tienen alrededor de 15 años— se incorpora Sara, que
hasta ese curso estudiaba en otro colegio. Quedan un domingo para salir, e
Isabel propone adelantar la hora de la cita para asistir antes a Misa. Aceptan,
aunque se nota que Sara lo hace a regañadientes.
Llega
la hora de la cita. Como alguna acude tarde, aparecen en la iglesia a mitad de
la homilía. Se colocan al fondo, en un rincón. Casi no ven el presbiterio, y la
voz les llega por los altavoces bastante distorsionada, de forma que hay que
estar muy atento para seguirla. Se las ve incómodas e inquietas, y pronto
empiezan a cuchichear. Al principio se preguntaban unas a otras sobre lo que
estaba diciendo el sacerdote. Además de su falta de atención, captan algunas
palabras cuyo significado desconocen, lo que las desanima aún más a poner
atención. Al cabo de un rato, hablan en voz baja de otros temas ajenos a la
ceremonia. Por dos veces son recriminadas por algún asistente, ya que estaban
elevando el tono de voz; hay también alguna otra persona que no les dice nada,
pero las mira de vez en cuando en tono desaprobatorio. Sólo va a comulgar
Isabel. Después de la comunión, y antes de la oración y bendición final,
empieza ya a salir gente del templo, y el grupo de amigas sale también.
A
la salida, Sara, un poco alterada, dice que piensa que ha sido una tontería
asistir a Misa. Ella ha ido esta vez por no quedar mal con sus amigas nuevas,
pero habitualmente no va "porque no le dice nada", y, por lo que ha
podido ver, tampoco a las demás "les dice nada", salvo quizás a
Isabel. "Y para estar así, pues mejor no ir". Añade que más vale no
hacer algo que hacerlo mal y sin ganas, y encima molestando a otros.
"Total, que es como si no hubiésemos ido, y para eso pues no vas y ya
está". Sigue diciendo que eso pasa por "poner la Misa obligada",
lo cual es una reliquia de tiempos pasados y superados, ya que "no se
puede obligar a una cosa así: o vas porque tú quieres o no vas"; en caso
contrario, vas "sólo por obligación, y eso es como no ir: ya se ha visto
aquí". Y piensa que es otra tontería que se tenga que ir necesariamente el
domingo, porque "todos los días es lo mismo, y la gente iría cuando mejor
le viniera". Además, le parece absurdo que "si vives lejos de una
iglesia ya tienes excusa válida para no ir, aunque tengas coche; pero si el
lunes tienes un examen que estás con el agua al cuello, pues nada, da igual,
tienes que ir el domingo".
Isabel
aquel día se fue a su casa algo triste. Había intentado convencer a Sara de que
no eran correctas esas "ideas tan raras", pero sin éxito. Además,
había notado que el resto de las amigas se habían dejado influir por esos
planteamientos. Le avergonzaba pensar que en vez de dar buen ejemplo a Sara, se
lo habían dado "supermalo", incluida ella. Hasta dudaba de si hubiera
debido comulgar con ese comportamiento. Y se daba cuenta asimismo que
necesitaba estar mejor preparada para contestar a esas cosas y dar razón de por
qué hacía lo que hacía.
—
¿Qué motivos puede haber para ir a Misa? ¿Y para que sea una obligación? ¿Y
para que la obligación sea asistir precisamente el domingo? ¿Es compatible ser
una obligación con "ir porque tú quieres? ¿Por qué?
—
¿Queda en pie la obligación de asistir a Misa aunque no se le encuentre sentido
a ello? ¿Por qué? ¿Es cierto que ir sólo por ser una obligación es "como
no ir"? ¿Por qué? ¿Es cierto que "ir sólo por obligación"
provoca necesariamente comportamientos como el que aquí se ve o similares?
¿Cómo solucionarías este tipo de conflictos?
—
¿Ha cumplido con el precepto el grupo de amigas? ¿Ha "oído Misa
entera"? ¿Han cometido algún pecado? ¿Cuál es su gravedad? ¿Pueden
encontrar alguna disculpa en las circunstancias? ¿Debía haber comulgado Isabel?
—
¿Qué contestarías a cada una de las objeciones que ha puesto Sara? ¿Piensas que
puede ser honrada su postura? ¿Por qué?
Vid.
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1324-1327, 1384-1389, 2168-2188.
Sí,
efectivamente, el ejemplo que han dado a Sara no es muy positivo precisamente.
Lo que no quita para que la argumentación de Sara suene a excusa. Que
valga más no hacer algo que hacerlo mal y sin ganas es ya bastante discutible
(¿es mejor no ir al colegio que ir sin ganas a distraerse en clase?). Pero lo
que es menos discutible es que parece dar a elegir entre dos posibilidades
dejando de lado una tercera que es la solución al problema: ¡pues hacerlo bien, y a
ser posible con ganas!
Sobre
el valor que puede tener hacer algo "por obligación", hay que
preguntarse por el sentido de esta obligación, y, con ella, la de los llamados
"mandamientos de la Iglesia" (precepto dominical, confesión anual,
comunión pascual, ayuno y abstinencia, ayuda a la Iglesia). No son obligaciones
que se "invente" la Iglesia. En cierto modo, existen sin el
mandamiento. Desde el momento que Dios nos ofrece su gracia, hay un deber de
acudir a ella y mantenerla, al igual que ser cristiano debe conllevar algún
sacrificio, y el deber de ayudar a la Iglesia —deber muy justo, por cuanto se
corresponde a la entrega de su vida para servir a los fieles que hacen los
ministros de Dios—. La Iglesia lo que hace con sus leyes es marcar unos mínimos,
sin los cuales la vida cristiana se vería muy perjudicada, dando así una medida
que despeje la posible duda de conciencia sobre cuál es nuestro deber en este
sentido. Por lo demás, la medida —en la asistencia a Misa, un día de cada
siete— no es arbitraria: es la que señala Dios mismo en la antigua Alianza, y
la vivida por la Iglesia desde sus mismos comienzos.
La
obligación es "oír Misa entera". ¿Qué partes abarca? Pues muy
sencillo: todo, desde el principio hasta el final; "entera" es
un adjetivo muy claro. Otra cosa es preguntarse cuándo no se ha asistido, no ya
a la Misa entera, sino ni siquiera sencillamente a Misa, lo cual señala ya al pecado
como grave. En este caso, la medida establecida —desde el Credo hasta el
final—, hace que no hayan llegado a cumplir con el mínimo por haberse ido
antes del final.
Pero
es que también resulta dudoso el que hayan oído Misa. No se cumple el precepto
con la sola presencia física. No es que sea precisamente el ideal, pero lo mínimo que
se puede pedir a un asistente es que escuche. Está invitado a bastante más: a
participar. Por eso este "cumplimiento" no puede servir como término
de comparación. Es en el único aspecto que tiene razón Sara: lo que han hecho
es como no ir, con el agravante de que encima molestan a otras personas, y
quizás se engañan a sí mismas sobre el cumplimiento del precepto. Ya hemos
visto que en otros aspectos no tiene razón. Hay algunas cosas que simplemente
no entiende, como por qué precisamente el domingo —ya hemos visto que es el
Señor mismo el que fijó un día semanal especialmente dedicado a Él—, aunque
insistir que por qué no se puede escoger otro día de hecho es algo que se sostiene
muy mal: ¿conocerá a alguien que quiere ir otro día en vez del domingo?
No
es muy honrada la postura de negarse a ir a Misa alegando que "no me dice
nada". ¿Qué esfuerzo se ha hecho para que "diga algo"? En el
fondo, es un aspecto de la postura de absoluta pasividad, que pretende
que sean los demás, o Dios, los que se justifiquen: que me demuestren, que me
expliquen, que me convenzan..., mientras uno no pone nada de su parte. No, eso
no es muy honrado que se diga...
Sobre
las causas excusantes para la asistencia a Misa, sólo diremos que lo que dice
Sara es una simplificación que distorsiona la cuestión. Son causas excusantes
la imposibilidad —física o moral— y el que sea
excesivamente gravosa la asistencia —el llamado "grave incomodo"—,
por señalarlo resumidamente. Y basta un sentido común con objetividad y
honradez para apreciar cuándo se da una de esas circunstancias. Como siempre,
aquí también es muy conveniente formar bien la conciencia preguntando.
Y,
aunque no sea propiamente el tema de este caso, se pone una vez más de relieve
la responsabilidad que tenemos los cristianos con respecto a otras personas.
Podemos causar con nuestra conducta un gran bien... o un gran mal. De lo que
hay que convencerse es de que no es indiferente, nos demos cuenta o no.