Sobre el valor de la filosofia

RUSSELL, Bertrand: "Los problemas de la Filosofía" (1912). cap 15. Trad. de Joaquín Xirau.



Habiendo llegado al final de nuestro breve resumen de los problemas de la Filosofía, bueno ser  considerar, para concluir, cuál es el valor de la Filosofía y por qué debe ser estudiada. Es tanto más necesario considerar esta cuestión ante el hecho de que muchos, bajo la influencia de la Ciencia o de los negocios prácti­cos, se inclinan a dudar que la Filosofía sea algo más que una ocupación inocente, pero frívola e inútil, con distinciones que se quiebran de puro sutiles y controversias sobre materias cuyo cono­cimiento es imposible.

Las ciencias físicas, mediante sus invenciones, son útiles a innumerables personas que las ignoran totalmente: así, el estudio de las ciencias físicas no es sólo o principalmente recomendable por su efecto sobre el que las estudia sino más bien por su efecto sobre los hombres en general. Esta utilidad no pertenece a la Fi­losofía. Si el estudio de la Filosofía tiene algún valor para los que no se dedican a ella, es sólo un efecto indirecto, por sus efectos sobre la vida de los que la estudian. Por consiguiente, en estos efectos hay que buscar primordialmente el valor de la Filo­sofía si es que realmente lo tiene.

Pero ante todo, si no queremos fracasar en nuestro empeño, debemos liberar nuestro espíritu de los prejuicios de lo que se denomina equivocadamente el hombre práctico. Esta expresión, en el uso corriente de la palabra indica el hombre que sólo reconoce ne­cesidades materiales, que comprende que el hombre necesita el ali­mento del cuerpo, pero olvida la necesidad de procurar un alimento al espíritu. Si todos los hombres vivieran bien, si la pobreza y la enfermedad hubiesen sido reducidas al mínimo posible, quedaría todavía mucho que hacer para producir una sociedad estimable; y aun en el mundo actual los bienes del espíritu son por lo menos tan importantes como los del cuerpo. El valor de la Filosofía debe hallarse principalmente entre los bienes del espíritu, y sólo los que no son indiferentes a estos bienes pueden llegar a la persua­sión de que estudiar Filosofía no es perder el tiempo.

El hombre que no tiene ningún barniz de Filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan de la "opinión de la mayoría", de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio; los objetos habi­tuales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no fa­miliares son desdeñosamente rechazadas.

Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario (...), que aún los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy incomple­tas. La Filosofía, aunque en ocasiones es incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pen­samientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, al disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han in­troducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familia­res en un aspecto no familiar.

Aparte de esta utilidad, la Filosofía tiene un valor -tal vez su máximo valor- por la grandeza de los objetos que contempla, y la liberación de los intereses mezquinos y personales que resulta de aquella contemplación. La vida del hombre instintivo se halla encerrada en el circuito de sus intereses privados. Esta vida tiene algo de febril y limitada. En comparación con ella, la vida del filósofo es serena y libre.

Bertrand RUSSELL